Nov
04
Que elaborar un presupuesto cuando la base principal de ello, la económica, escasea es complicado, sin duda. Que hacerlo para una comunidad autónoma como Andalucía debe ser más que difícil, también. Y ya si hablamos de que encima hay que marcar esa diferencia, la que mandataron en las urnas los vecinos que habitan de despeñaperros para abajo, entonces ya estamos hablando de “hacer encajes de bolillo”.
Ciertamente no es fácil, nunca lo es cuando una tiene que avanzar y todo se vuelve en contra. Pero la diferencia entre esos que se dejan llevar por la corriente del capitalismo más salvaje (hoy personificado en Mariano Rajoy) y un gobierno progresista son los derechos, el bienestar y la protección social de la gente de a pie.
Cuando esa diferencia reside en que tu vida o la de tu familia corra riesgo por una menor calidad en la prestación de un servicio como sanidad pública, cuando la diferencia reside en que a tus hijos se les prive de un derecho como es el de formarse para ser personas libres y decidir con criterio sobre el mundo que quieren, cuando la diferencia reside en que a las personas mayores, que pasaron toda una vida ahorrando en esa hucha común llamada seguridad social, se les diga ahora que sus ahorros no llegan para descansar tranquilas el último soplo de vida que les queda. Cuando todo esto ocurre, hay que poner en valor a esas personas que desde la política hacen lo imposible por marcar la diferencia.
Y los presupuestos de la Junta de Andalucía son indudablemente unos presupuestos muy sociales, elaborados desde una izquierda comprometida y teñidos de rojo. Priorizan el estado de bienestar, la sanidad pública, la educación y los recursos para que se pueda acceder a ello, independientemente del dichoso estrato social al que se pertenezca.
Sin embargo, y sin quitar mérito alguno a todo ello, tienen un importante talón de Aquiles, la debilidad de siempre: la clase trabajadora. Debiera haberse evitado, a mi entender y por todos los medios, tocar el bolsillo a los funcionarios.
El funcionariado está muy estereotipado. Se tiende a pensar que el funcionario vive como dios y trabaja bien poco. Y siendo cierto que se trata de trabajadores y trabajadoras con una mayor estabilidad que la gran mayoría que pertenece a otros sectores de producción (estaría bueno que también el propio gobierno generara minijobs), también es cierto que hay de todo, no sólo en cuanto a salario se refiere, también a condiciones de trabajo.
No puede, o no debe, un partido llamarse “obrero” ni “izquierda” y en las relaciones laborales establecidas con su plantilla comportarse como la patronal rancia de este país, acostumbrada a racanear en las mesas de negociación hasta el último céntimo.
Y no hablo ya de lo que económicamente suponga, sino de lo que significa, del ejemplo y de las armas que se dan al empresariado y de la decepción que provoca en la ciudadanía. Y por supuesto de la contradicción que supone hablar públicamente de la lucha contra el paro, de la generación de puestos de trabajo, de la estabilidad y de la calidad en el empleo y sin embargo tocarle la nómina a su plantilla suprimiendo, por ejemplo, el complemento de las pagas extra, por muy transitoria que sea la medida.
También los trabajadores (ni que decir los parados) hacen encajes de bolillo para llegar a final de mes. Tocarles el bolsillo es tocar el consumo y tocar el consumo es seguir ahondando en esta crisis que nos está llevando a todos por delante.
Y dicho todo esto, también me voy a permitir este comentario: anda que le ha faltado tiempo al sindicato CSIF para echarse en los brazos del Partido Popular. Ese partido que habla de sindicatos politizados y de políticos sindicalizados a la vez que impone implacables recortes contra la clase trabajadora. Pues eso, todos tenemos nuestro talón de Aquiles.
APL.