Mar
08
Bajo este título, Alejo Carpentier nos invitaba a principios de los 50 a reflexionar sobre la felicidad -o no- del ser humano en un mundo entonces moderno. Lo hacía a través de su maravillosa pluma, en un viaje catártico adornado por la exuberancia natural de Latinoamérica.
La novela, además, no se priva de retratar las “distintas versiones de mujer” con las que hemos sido estereotipadas a lo largo de la Historia. Pero, la expresión escogida por el escritor cubano ha servido a lo largo de los tiempos y sirve aún hoy para simbolizar muchas otras cosas.
Esos solemnes salones que han ido proliferando a lo largo y ancho de toda la geografía internacional, generalmente ubicados en edificios gubernamentales y, seguramente, mucho menos transitados por mujeres, aluden también a pasos perdidos.
Con toda probabilidad, esta misma expresión martillea hoy en la mente de muchos devotos que, otro año más, dejarán de ver salir los pasos o cofradías de su hermandad. Otro mundo éste, el cofrade, cuya liturgia sigue relegando a la mujer a un lugar secundario.
Sin embargo, si estos días hay algo que verdaderamente simbolice los pasos perdidos y el enorme riesgo de comenzar a desandar un camino trazado con valentía y dolor es justo la lucha de una parte de la sociedad que fue privada de innumerables derechos por el simple hecho de ser mujer.
El contexto actual reúne toda una serie de circunstancias que podrían desatar una tormenta perfecta para algunos y devastadora para nosotras. La fortaleza y el papel que el feminismo ha desempeñado durante otras coyunturas históricas es hoy mucho más que necesario, imprescindible.
Tras décadas de trabajo por consolidar la democracia, fortalecer la tolerancia y avanzar en igualdad, precisamente en los aledaños del Salón de los Pasos Perdidos, en el hemiciclo del Congreso, hoy está presente un partido político de ideología ultraderechista y negacionista de la violencia de género. Esto es, ya en sí, un paso perdido, una amenaza para los derechos de la mujer.
Cuando VOX introduce el debate sobre si el 8 de marzo debiera o no ser el día de las víctimas del coronavirus, no solo está poniendo en marcha su habitual estrategia de provocación y cuestionando al feminismo su lugar, sino que, por decirlo de una manera clara y coloquial, está “echando a pelear a la gente”. Introduce un elemento muy sensible como es el de las muertes por la pandemia y el dolor de toda una sociedad, para que quienes caigan en su trampa emocional se debatan entre posicionar una u otra reivindicación en su escala de valores y terminen por dejar a un lado una realidad tan obvia como que al 8 de marzo restan otros 364 días. Es la estrategia de la confrontación y del río revuelto en el que algunos han pescado hasta eso, asientos en el Congreso.
Pero no solo esta circunstancia ensombrece los tiempos que vivimos. Asuntos controvertidos que afectan a los derechos conquistados por el feminismo han ido ocupando recurrentemente el debate público y abriendo una brecha importante en su seno.
La posible regulación de la gestación subrogada fue un asunto que colisionó directamente con uno de los planteamientos esenciales de la agenda feminista: la mujer más allá de su rol reproductivo. Los colectivos de mujeres, en un alto porcentaje, parecían tener claro que “nuestros cuerpos no son vasijas” pero, a su vez, esta reivindicación fue determinante para el inicio del distanciamiento de uno de los colectivos que mayor complicidad y apoyo les había mostrado hasta el momento, el LGTBI.
Las posiciones más proclives a la regulación de la prostitución frente a las que abogan por, de una u otra forma, abolirla también han sido recientemente parte del debate público. Un asunto que ya vienen abordando hace décadas los sindicatos como agentes directamente implicados en el ámbito laboral.
La última controversia, que vuelve a ahondar en la herida abierta entre el movimiento feminista y el colectivo LGTBI, viene de la mano de la conocida como Ley Trans. Ya antes de ver la luz, este proyecto de ley ha sido capaz de volver a confrontar a los dos partidos que cogobiernan actualmente España y a las bases y cargos del propio partido que la impulsa, Unidas Podemos.
Bien cierto es que la evolución del ser humano y de la sociedad que conforma en cada momento impone nuevas necesidades que requieren de atención. Pero, quizás el ritmo acelerado de la actualidad y nuestra ansiedad por dar respuesta inmediata a asuntos complejos que requieren de gran maduración y de un amplio consenso, es directamente incompatible con la realidad política y social de hoy.
Mientras tanto la brecha salarial, la violencia sexual, el techo de cristal, la precariedad laboral, la segregación ocupacional, la invisibilidad social, la feminización de la pobreza y todo un largo etcétera siguen ahí, implacables. Las mujeres seguimos sufriendo una discriminación sin paliativos y nuestras reivindicaciones históricas siguen vigentes ante una pandemia que ha impuesto los peores datos, no solo sanitarios y económicos.
Quizás, esa antigua modernidad que en los 50 hizo al protagonista de la novela de Carpentier iniciar un camino existencial a sus raíces sea una buena receta para la actualidad. Quizás, la salida a una situación tan vertiginosa esté en volver a la esencia de nuestras reivindicaciones y abrazar aún más al feminismo radical, ése que para algún que otro indocumentado es aquel que grita mucho.