Como si de un regalo divino se tratase cayó en mis manos el libro “a mil besos de profundidad”. Se trata de una antología que recoge los mejores poemas y canciones de Leonard Cohen entre 1956 y 2006.
Acabo de terminarlo. No recuerdo haberme sumergido de una manera tan intensa en la lectura de este género literario desde que, siendo el año noventa y cuatro, descubrí “La voz a ti debida” de Pedro Salinas. Y es que, si bien siempre mis preferencias se inclinaron más hacia el realismo de cualquier novela, de vez en cuando, por sorpresa, me fascinó alguna obra de la literatura en forma de verso.
La lectura de Cohen, ha despertado en mí sensaciones de un contraste brutal, casi salvaje. Mientras el autor puede estar describiendo un momento extraordinariamente erótico, repentinamente acaba introduciendo un elemento tan ordinario y, diría repugnante, como puede ser una mosca.
Pero la antítesis va más allá, rompe momentos idílicamente utópicos, te traslada y seduce a través de un único verso y termina estampándote contra la crueldad de la vida mundanal.
Así mismo me llama la atención la violencia que ejerce el autor hacia una de las partes de nuestra anatomía mejor tratadas en historia de la literatura: los labios. Un maltrato a través del cual Leonard hace que «el silencio florezca en ellos en forma de tumores»
Por aquello de seguir la esencia discordante de Leonard no reproduciré en este post ninguno de los versos más hermosos, compartiré unas sencillas líneas de “Al oír un nombre mucho tiempo sin decir” que, si bien pasan algo desapercibidas, son de lo más elocuente.
La historia es una aguja
Para hacer dormir a los hombres
Untada con el veneno
De todo lo que quieren conservar
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