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Ana Pérez Luna
30 de marzo, 2018
El sexismo, la discriminación y la violencia de género están tan incorporadas a
nuestra sociedad que son pocos los ámbitos, por no decir ninguno, exentos de ella.
El mundo laboral tampoco se libra, y en él nos topamos con este tipo de violencia
en forma de acoso sexual.
Las empresas han sido, en términos generales, espacios muy masculinizados en los que los varones han gestionado, administrado y ejercido el poder. Mientras, la incorporación de la mujer al mundo laboral, que no al del trabajo (en ese llevamos siglos), se ha producido tarde y mal a juzgar por las cifras de precariedad, brecha salarial, segregación ocupacional, etc. Un caldo de cultivo perfecto para que aún a día de hoy, y con la gravedad que ello supone, nuestros lugares de trabajo se encuentren lejos de ser entornos igualitarios.
En muchas compañías, grandes y pequeñas, se producen casos de acoso sexual y la supremacía de un sexo sobre el otro, sigue perpetuando esa mirada que infravalora a la mujer y la convierte en una pertenencia, en un objeto sexual. Es así como las capacidades y aptitudes de excelentes profesionales mujeres quedan relegadas a un segundo o tercer plano.
Los efectos de esta violencia son devastadores para la mujer: baja autoestima, ansiedad, sentimiento de culpa, miedo, depresión, absentismo, etc. y, dadas las grandes dificultades que se les presentan a las mujeres agredidas, la mayoría de las veces el acoso permanece invisible y no llega a denunciarse .
Sindicatos y Administración conocen bien estas dificultades que no sólo consisten en el propio problema de probar algo que suele ocurrir cuando la víctima está a solas con el agresor. A ello se suman la soledad y la indefensión que sienten las mujeres acosadas cuando quienes las rodean, compañeros y compañeras de trabajo, temiendo perder su empleo si apoyan a la víctima, terminan dándoles la espalda y tomando el camino más fácil: mirar hacia otro lado.
La reforma laboral aprobada en el año 2012 por el gobierno de la nación, lejos de mejorar la situación laboral de mujeres y jóvenes, tal y como sostenía el Partido Popular, no hizo más que abundar en un retroceso de derechos, y dejar al margen asuntos que afectan casi en exclusiva a la población femenina como el que abordamos en este post. El debilitamiento de la negociación colectiva, principal herramienta para prevenir y actuar contra este drama, la individualización de las relaciones laborales, y el mayor poder que esta legislación otorga a los empresarios frente a sindicatos y trabajadores, fueron varias de las claves.
Por otro lado, no podemos dejar de mencionar esa otra gran bondad que la citada reforma incentivaba: la figura del «emprendedor» que no resultó otra cosa más allá del autónomo de toda la vida pero ahora en sustitución del empleado por cuenta ajena, con las evidentes consecuencias de contar con una menor capacidad para organizarse y defender sus intereses de manera colectiva. Un caso de acoso sexual a trabajadoras autónomas puede ser, si cabe, aún más dramático. Es el que presentamos en el siguiente testimonio.
Sonsoles forma parte de las pocas mujeres que se han atrevido a denunciar. Ella fue capaz de reunir el valor suficiente y poner rostro a un problema mucho más común de lo que imaginamos.
De la misma manera que la sociedad consiguió que la violencia machista saliese de las cuatro paredes del «hogar familiar», convirtiendo un “problema de pareja” en un problema de todos, hoy nuestra obligación es seguir avanzando y conseguir que las empresas y cualquier entorno laboral se conviertan en espacios igualitarios y libres de violencia.