Hoy hace veinticinco años del atentado terrorista de Hipercor. Una actuación más de ETA orientada a sembrar el pánico y el horror. A la vez, una de las acciones más cruentas en la historia negra de España.
Tenía entonces diez años, casi once y recuerdo perfectamente la conmoción que, como en tantos otros hogares, provocó la noticia en mi casa. Recuerdo a mi madre estupefacta frente a la TV y el miedo que sentí ante algo que parecía una hecatombe repentina. Y eso a casi mil kilómetros de distancia, que en la misma ciudad y en las inmediaciones del lugar, no soy capaz de imaginar lo que debieron sentir otras niñas.
Aquello, supongo que por lo inesperado y por la magnitud de los hechos, superaba con creces lo que solíamos ver, y digo bien, solíamos ver. Porque mi impresión era que demasiadas veces ocurría esto en las grandes ciudades «de por ahí arriba». Como anécdota, recuerdo que recibíamos periódicamente a familiares maternos que residían en Madrid y también recuerdo a mi padre preguntándome, medio en broma, medio en serio, en su presencia: “anda diles por qué no quieres irte con ellos a Madrid” a lo que yo, convencidísima, respondía: “porque allí ponen bombas”.
Si es que hay algo positivo que ver, es cómo con el paso del tiempo, la consolidación de la democracia y la política activa y activista (eso que tanta falta hace estos días) han conseguido arrinconar la voluntad de esta banda y limitar sus fechorías violentas a algo prácticamente residual.
Lo negativo, el terrorismo y la violencia siguen teniendo otras formas, ante las que hoy, veinticinco años después, no siento miedo sino una tremenda repulsa, indignación e impotencia. Me refiero a cualquier forma de violencia pero principalmente a la violencia de género. Ese silencioso pero persistente horror al que asistimos casi cada día. Esa violación de derechos humanos que algunos, para mayor indefensión de las víctimas, pretenden esconder y delimitar al ámbito privado.
Los gritos no suenan como bombas, los asesinatos no provocan una hecatombe, tampoco tienen el mismo impacto mediático. Pero van veintidós muertes en menos de seis meses, una más que las del fatídico 19 de junio de 1987.
APL
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