Abr
13
Madrid es una de esas ciudades en las que, a pesar del ritmo trepidante de sus calles y la intensa actividad que se respira, una siempre es capaz de encontrar un momento de paréntesis y un espacio para la reflexión. Mi paso por aquí es en esta ocasión con motivo del 41º Congreso Confederal de UGT. El hecho de asistir a él solo como invitada me ha permitido espacios de “spare-time”, como dirían los ingleses.
Y es así como, ironías de la vida, me he topado de bruces con la “hiperrealidad”. No ha sido gracias al fin último de mi estancia estos días en Madrid, sino a una visita casual al museoThyssen.
La exposición “Hiperrealismo1967-2012” es como llevar la vida entera siendo miope de campeonato y que, de repente, te coloquen unas gafas graduadas. La voluptuosidad reflejada en las obras, el volumen casi insolente de las imágenes, la textura de unos colores que parecen gritar, todo en su conjunto, llega a ser casi una invasión a la zona de confort de cualquiera que las observe.
El hiperrealismo, movimiento que surge a finales de los sesenta en Estados Unidos, consiste en trasladar al lienzo con una nitidez brutal una imagen fotográfica que, generalmente inmortaliza momentos cotidianos, detalles del día a día.
Se me pasan tantas cosas por la cabeza al observar esta exposición. Hay tantas realidades que a medida que transcurren los días van sobredimensionándose ante la miopía interesada de algunos…
Especialmente preocupante es la realidad aumentada que está ocurriendo en los centros de trabajo y en las oficinas de INEM.