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7 de marzo, 2018
Ana Pérez Luna
El 8 de marzo viene siendo, año tras año, “el día de los datos”. Tercos como ellos solos en lo que a desigualdad y violencia se refieren, se resisten a dar tregua.
El machismo sigue presente, no importa si es en casa o en las calles, en lo privado o en lo público, en el espacio de trabajo o en el del paro.
Según el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 49 mujeres han sido asesinadas en 2017 (652 en los últimos diez años); una encuesta publicada por Metroscopia estos días desvela que una de cada tres mujeres se ha sentido acosada alguna vez y que una de cada cuatro ha sufrido tocamientos o intentos de ello. Las cifras también evidencian que, a pesar de estar más formadas y obtener mejores calificaciones, nuestra incorporación al mundo laboral ha sido tarde y mal: cobramos un 23% menos que nuestros compañeros, según un informe del sindicato UGT basado en los datos del INE. Los datos de este mismo documento indican además una mayor precariedad laboral en muchos otros aspectos como como el tipo de contrato, el techo de cristal, las pensiones, etc.
La infrarrepresentación de mujeres en los espacios donde se toman decisiones es también algo que clama al cielo y que, sin duda, prolonga las anteriores desigualdades. Si tomamos como ejemplo algunas cifras del mundo empresarial, político o cultural la cosa cambia poco: tan solo el 11,5% de los consejeros de empresas que cotizan en el Ibex-35 son mujeres; de los trece ministros del actual Gobierno nueve son hombres y en las Reales Academias un ínfimo porcentaje del 9,6 nos representa a nosotras.
Pero lo más anecdótico de muchos 8 de marzo, llegaba durante la puesta en escena política. Más que de una realidad parecía tratarse de ciencia ficción. Y es que las mujeres hemos asistido a una de esas paradojas insuperables: señores representándonos a nosotras (las infrarrepresentadas), denunciaban los datos de desigualdad (la nuestra), una cifra detrás de otra. Todas ellas, empaquetadas en informes técnicos y adornadas por el lazo de lo políticamente correcto. Es así como durante años, bajo el paraguas de esta marcada fecha de la agenda feminista, algunos hombres, sin despeinarse un pelo y como si con ellos no fuera la cosa, hasta denunciaban por nosotras.
Y no se trata de ahondar en el manido argumento que esgrime todo machista que se precie sobre esa supuesta guerra que las mujeres hemos iniciado contra ellos. Porque efectivamente, algunos responsables políticos varones han implementado verdaderos cambios y medidas en la lucha contra la discriminación.
Se trata simplemente de una realidad: la igualdad se antoja difícil sin mujeres en los espacios donde se decide y se gestiona. Queremos estar ahí. No debería existir ninguna duda sobre el hecho de que hasta ahora quienes han ejercido el poder han sido ellos, y lo han hecho porque han disfrutado de una posición privilegiada a todos los niveles. Queremos que eso cambie. Hoy, el panorama político sigue masculinizado: los partidos tradicionales están liderados por hombres y los partidos del cambio, en esto, valga la redundancia, han cambiado poco. Paradójicamente, ni siquiera los del “no nos representan” se han aplicado el cuento en lo que a la representación de mujeres significa.
Sin embargo, y a pesar de que las cifras se empeñan en aferrarse cual varones políticos a sus cargos, en la actualidad las mujeres estamos reivindicando con mucha fuerza ser protagonistas de nuestra propia historia, denunciar y combatir nosotras mismas esas cifras de la discriminación. Por supuesto, acompañadas de todos esos hombres que creen en la igualdad, pero sin que estos ocupen nuestro lugar.
Como si de una revolución se tratase, algo está cambiando y muy rápido. En términos de visibilidad, que no es poco, el movimiento #MeToo, el Time´s Up, o estos días, la huelga convocada para el 8 de marzo en 170 países y a la que se han sumado tantos colectivos de mujeres bajo el lema #NosotrasParamos son un clamor.
Más profundamente, también algo se transforma: mujeres anónimas que no creían en la causa feminista o que incluso manifestaban abiertamente no haberse sentido nunca discriminadas o infravaloradas, están cambiado de opinión; prescriptores de opinión han incorporado el feminismo a su discurso, los medios de comunicación ya incluyen numerosos artículos de opinión e incluso secciones específicas sobre igualdad. En política, el techo de cristal empieza a resquebrajarse por algunas zonas. El caso andaluz es claro ejemplo: la comunidad autónoma está presidida por una mujer, el principal partido de izquierdas en la oposición también y dos de los interlocutores sociales más representativos, los sindicatos, han roto su techo de cristal.
Todo parece indicar que las mujeres de hoy estamos asistiendo a la que será la cuarta ola del movimiento feminista. Esto, que es un privilegio, también debería convertirse en una responsabilidad. Para empezar, no deberíamos olvidar que, si es cierto que se trata de la cuarta ola de este movimiento, antes se impulsaron otras tres y, por tanto, estamos obligadas a contribuir hacia el futuro con generosidad, y a mirar hacia el pasado con reconocimiento.
Estaríamos cometiendo un grave error si nos otorgásemos el éxito del actual movimiento íntegramente a nosotras mismas. O aún peor, si lo achacáramos a la inercia de los tiempos, porque en nuestro caso la inercia sólo nos hubiera llevado a retroceder ante un machismo tan arraigado socialmente.
La situación actual, en la que abiertamente podemos reivindicar cambios políticos y sociales, manifestarnos o hacer huelga (ojo, que entre nosotras hay muchas que aún no pueden permitírselo) se la debemos a otras mujeres. En su caso incomprendidas, denostadas, violentadas, invisibilizadas y vetadas del más mínimo protagonismo público.
Mujeres que, empeñadas en rebelarse contra la injusticia de ser tratadas de manera distinta por el hecho de serlo, han dedicado sus vidas a una causa que hoy es la nuestra. Gracias a ellas hoy disfrutamos de grandes conquistas en el terreno de la igualdad jurídica, de la libertad sexual y reproductiva o del derecho a elegir nuestra representación política con nuestro propio voto. Un legado nada desdeñable al que, a juzgar por los datos, habrá que seguir sumando conquistas.
Mañana, 8 de marzo, nos vemos de nuevo en las calles
Un artículo publicado en el diario.es Andalucía